Es
muy triste el espectáculo que está dando la Unión Europea en el
trato a los que huyen de la guerra, el terror o el hambre. Las
imágenes que se suceden en nuestras pantallas, están obteniendo dos
resultados en la población. Por un lado la habitual avalancha de
indignación, tan masiva como inútil, en las redes sociales. Está
muy bien compartir la foto del niño ahogado en las costas turcas y
aprovechar para dar fe de nuestra indignación. ¿Y después? Después
nada. Muchos de esos indignados virtuales, volverán a votar a los que
modifican la Constitución para que sea prioritario ayudar a los
bancos alemanes, antes que a todos estos desgraciados. Otro efecto
más perverso de esas imágenes es ir acostumbrando a nuestro hígado
a este nuevo horror hasta hacerlo asimilable.
Desde
África y Oriente, llegan a la rica Europa trenes y pateras cargados de desesperación y esperanza a partes
iguales. Solo nos fijamos en la desesperación, tratamos a los
ocupantes de esos trenes y esas pateras como un problema, un grave
problema y a duras penas llegamos a acuerdos miserables de reparto de
ese problema. Desaprovechamos su esperanza y la convertimos en
resignación, desilusión e incluso odio.
De
todos modos antes de acoger a todos estos refugiados del hambre y la
guerra, lo primero que deberían hacer los dirigientes de la UE, del
FMI, de la ONU y del resto de merenderos de negreros, es
comprometerse a no volver a organizar acciones militares tan
brillantes como las de Irak, Yugoslavia, Afganistan, Irak (otra vez),
Líbano, Libia y Siria que son el germen de esta crisis humanitaria.
Después de eso ayudar a los que sufren las consecuencias de sus
intromisiones imperialistas y volcarse en los males endémicos de
África y Oriente Próximo, no debería precisar de Conferencias
Internacionales o Reuniones extraordinarias del Eurogrupo; debería
ser automático. Aunque para ello, esos dirigentes deberían valorar
la justicia y los derechos humanos tanto como valoran los balances de
resultados, y no es el caso.
Pero
incluso teniendo en cuenta solo los factores económicos esta pobre
gente no debería ser tratada como un lastre, en realidad ellos
pueden ser nuestra salvación. Si nuestros mediocres gobernantes
miraran un poco a largo plazo, verían que podemos estar ante una
oportunidad de subsitencia para la UE.
El
verdadero reto que se plantea en Europa no es la crisis económica,
la dependencia energética o sus cada vez más conflictivas
fronteras. Lo que amenaza con el colapso a Europa y en concreto a
España es el envejecimiento de la población. Visto con amplitud de
miras y mentalidad matemática, acoger a los jóvenes que huyen de la
guerra o el hambre podría ayudarnos. Desde África llega una
selección natural de los más fuertes y los más inteligentes, esos pocos que
logran superar todos los obstáculos y desde Oriente llegan familias
que traen los niños que, si les damos un futuro, podrán ayudarnos a
mantener el Estado del Bienestar en la próxima generación.
Es
verdad que para resolver ese problema hay otras soluciones; por
ejemplo la opción japonesa, pedir por favor a los viejos que se
mueran, otra imaginativa podría ser aumentar la natalidad saboteando
uno de cada diez preservativos y luego está la más fácil de todas,
la que no requiere grandes esfuerzos mentales, obligar a los
trabajadores a estar en activo hasta los 75 años. ¿Qué solución
escogeremos?