Fotografía de Víctor Aranda |
Albert Plà ha sido criticado y
censurado por declarar que le da asco ser español. Pensemos un
momento en el asco. Pensemos por ejemplo en el asco que sentimos, que deberíamos sentir con
las cosas que están sucediendo a nuestro alrededor, y que, como
poco, nos deberían hacer taparnos la nariz. Pues bien, si
reconocemos que a nuestro alrededor suceden cosas que dan asco y
nosotros no hacemos gran cosa aparte de mirar hacia otro lado
-especialmente si en ese otro lado hay un televisor en el que se
repite compulsivamente un penalti inexistente o se justifica sesudamente la
suplencia de un jugador mítico- entonces habrá que
determinar que efectivamente ser español da asco.
Admitámoslo, lo intentamos, intentamos
durante algún tiempo convertirnos en un país serio en el que con
mayor o menor pericia nos habíamos procurado derechos y servicios
públicos que nos convertían en ciudadanos. La sanidad pública era
eficaz, barata y universal. Habíamos incluido el aborto, el
divorcio, el matrimonio gay y la asistencia a dependientes entre
nuestros derechos. Habíamos pasado de una tasa de analfabetismo
inasumible a una tasa de universitarios envidiable.
Admitamos que nunca hemos
valorado, ni defendido esos derechos y esos servicios públicos.
Nunca. Si los hubieramos valorado hubieramos considerado
imprescindibles los impuestos que los sustentaban, y por tanto
habríamos defendido la optimización y mantenimiento de ese sistema
de impuestos aceptablemente injusto e imperfecto. Hemos considerado
“listos” a los defraudadores y no nos ha alarmado la impunidad de
los delitos fiscales. Hemos abrazado apasionadamente las opciones
electorales que prometían bajadas de impuestos. Hemos aplaudido a
políticos que aseguraban, sin sonronjarse, que “bajar impuestos es
de izquierdas”.
Nunca hemos valorado la labor
de profesores. Siempre hemos tendido a destacar los fallos de
la sanidad pública por encima de sus innumerables virtudes.
Por todo eso es absolutamente normal que
ahora asistamos pasivamente y como si no fuera con nosotros, al
desmantelamiento de los servicios y los derechos públicos. Porque
nunca los hemos valorado.
La próxima semana hay una oportunidad
para demostrar lo contrario defendiendo la educación pública en las
numerosas movilizaciones que se han convocado y que culminarán el
jueves con una huelga de todo el sector. Utilizando como coartada la
crisis económica, se ha despedido a 100.000 profesores, ha vuelto la
masificación a las aulas, se han recortado las becas, se ha
aumentado el coste de las matrículas universitarias, a los profesores
se les ha aumentado la jornada laboral a cambio de bajarles el sueldo
y quitarles pagas extras, se ha aprobado una “nueva” ley
educativa, en contra de todos, que nos devuelve a los años 50... Si
consideramos todo esto deberímos pensar que profesores, alumnos y
padres secundarán estas movilizaciones masivamente para deslegitimar
estas políticas contra la educación pública. Sería lógico pensar
eso, pero la experiencia de movilizaciones anteriores hace pensar que
se volverá a dar la espalda (principalmente por parte de los
profesores) a esas movilizaciones. El gobierno sabrá interpretar
esto como un motivo más para continuar con sus recortes. Los
profesores se comportarán como un inocente condenado a muerte que
cuando ve acercarse al verdugo, en vez de gritar que es inocente, le
mira fijamente y le dice “Proceda”.
Algunos, los que todavía mantienen
esa afición tan peligrosa de escuchar, incluso de creer a los
políticos, se acogerán a que nuestros gobernantes nos dicen que
todo irá mejor porque hemos tocado fondo. Pero si traducimos sus
palabras, siempre tan difíciles de interpretar, entenderemos que
tocar fondo significa consolidar los “logros” obtenidos en el
desmantelamiento del estado del bienestar. Convertir en norma lo que
debería ser excepcional. Como dicen los deportistas cuando alcanzan
el primer puesto: “lo difícil no es llegar, lo difícil es
mantenerse”. Si ahora no mostramos nuestra disconformidad, les
estaremos facilitando el mantenimiento de los recortes para perpetuar
las desigualdades sociales y la pérdida de derechos.
Fotografía de Víctor Aranda |
Si no empezamos a reaccionar, no
quedará más remedio que darle la razón a Albert Plà porque
estaremos comenzando a dar asco.