PÚSTULAS
Raúl
Ariza nos vuelve a cautivar con su prosa envolvente e hipnótica.
Logra con ella imbuirnos en atmósferas por momentos opresivas y
muchas veces descorazonadoras. Los cuentos se vuelven sofocantes y
desconcertantes a medida que avanzan, como si nos adentrásemos en la
combinación de una sauna finlandesa y un baño turco. Una vez
dentro, la elevada temperatura nos dificulta la respiración y el
tupido vapor convierte en un enigma lo que nos rodea. Entonces,
cuando pensamos que ya no vamos a resistir más, llega un ligero
desahogo. Alguien abre la puerta y una corriente de aire frío y seco
penetra para darnos un respiro y para que intuyamos qué está
sucediendo a nuestro alrededor. Solo es un momento. Suficiente para
que el lector no desfallezca y siga leyendo. Esa puerta que se abre
suele estar representada en los relatos por un salto temporal, al
pasado o al presente de los protagonistas, que permite escapar a la
densidad sensorial y emocional que nos había ido atrapando. Una
bombona de oxígeno que se dosifica con precisión quirúrgica. La
elegante sutileza con la que Raúl nos hace viajar en el tiempo, es
solo una de las evidencias del trabajo que hay detrás de cada
relato, de cada párrafo, de cada frase. Construidos con la
delicadeza de una pieza de orfebrería, los doce cuentos que componen
Pústulas, emocionan por el trabajo y el compromiso con la
literatura del autor.
El autor no necesita muchos fuegos de artificio para lograr tenernos
atrapados en narraciones fluidas y evocadoras que transcurren en tres
tipos de universos: relaciones familiares poco amables, ambientes
criminales y cotidianeidad mundana. Solo se permite algún alarde
estilístico puntual, como en “Cienfuegos”, en el que se tiene la
sensación de que el autor se transmuta en un Góngora contemporáneo
para contarnos el argumento de Perros
callejeros o de cualquier otra película del género
quinqui.
Más
allá de contadas excepciones, como la anterior, las herramientas que
Raúl emplea se limitan a la sinceridad de los protagonistas y a una
inmisericorde narración de sus actos. Los cuentos se convierten
así en una suerte de alegato final de seres torturados por sus
recuerdos. El uso masivo de la primera persona, potencia la
conexión del lector con unos personajes que nos muestran su
epidermis llena de unas pústulas larvadas por el tiempo vivido. Para ello el narrador ha tenido que adentrarse en su interior, conocer sus sentimientos, sus deseos y a partir de ahí dejarlos libres para que pierdan el miedo a contarnos la verdad, su verdad y así dejarnos claro que solo los que pasan por la vida sin vivirla, pueden evitar que su piel se cubra de cicatrices.
Presentación:
https://www.instagram.com/reel/DIeh1dPNij_/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=MzRlODBiNWFlZA==
Miguel Torija presenta a Raul Ariza