Detener el tiempo

   Las nubes pasaban veloces convirtiendo la arena en un caleidoscopio de sombras.

   Desde el perímetro del círculo, una figura centelleante se destacó ante la multitud y avanzó hacia la bestia solo acompañada por el miedo.

   El silencio, solicitado con un leve gesto, se había propagado como una mancha de aceite.
   Los pasos, cortos, lentos, casi eternos, se terminaron cuando en el espacio entre hombre y animal solo cabían la gloria o el fracaso.
   El maestro lanzó hacia delante el trapo, siendo consciente de que el roce con el albero rasgaría el silencio.
   La espada esperaba su definitivo turno en la mano izquierda tan inmóvlil como estaba ahora la muleta.
   El toro se arrancó buscando el engaño, al principio con desgana, pero al segundo paso tensó todos sus músculos vencido ya a la roja tentación.
   Llegó a acariciar la tela con los cuernos y, como si hubiese obrado un mágico encantamiento, sucedió el fenómeno tantas veces deseado. Embelesado por el vuelo de toro y muleta convertidos en un solo ser, el tiempo, una vez más, se volvió a detener.
   ¡Oooole!