Este relato ha sido escrito a medias con Raquel Romero Luján.
Observó el vuelo de una golondrina y la música se volvió a adueñar de su cabeza. El aleteo corto y enérgico de un clarinete, el planeo sereno de un fagot y los timbales lanzándose en picado. Una sinfonía triste. Bach. Pero no. Era un día alegre. Apuró el último sorbo de la jarra para cambiar la sintonía. Dejó que la golondrina se perdiera entre los edificios. A lo lejos vio una gaviota saltar sobre el horizonte. Se acercaba con sus graves movimientos de violín, casi de violonchelo. Vivaldi. Mejor así.(Miguel Torija Martí)
Su blanquinegro señorial, su sonrisa amarillenta… Aún paladeaba la fresca cebada en su garganta y las notas agudas jugueteaban con sus neuronas. Mientras ella, libre y sedienta, le recordaba la valentía de surcar los mares, de vencer tempestades y conseguir volver a reinar en el infinito. Sentía que él mismo se desprendía de la negrura en la que lo sumió la golondrina. Aquella gaviota, aquella Primavera de Vivaldi, le estaban devolviendo la ilusión. Su pie derecho repicaba en el suelo, rápidamente (arriba y abajo), al son de aquella melodía de la esperanza. (Raquel Romero Luján).
Se levantó, dejó sobre la mesa un billete escandalosamente grande y mecido por las dulces notas se encaminó hacia su cita. Llegaría primero para parecer cortés y ser cobarde. Veinte largos años de silencio y rencor estaban a punto de concluir. Cruzó la calle y se adentró en la descuidada espesura del parque. La esperaría sentado en el banco. Los rayos de sol, reflejados en el lago, hicieron que las pequeñas ondas pareciesen un espejismo pero allí estaba la golondrina, descendiendo una y otra vez sobre la superficie para beber. Un mal augurio. Metió la mano en el bolsillo, acarició la empuñadura y se tranquilizó. El plan B.(Miguel).
Casals, dando vida al barroco, evocaba excéntricas pinturas de Dalí y volvía a reemplazar al colorido de Van Gogh y a las filigranas de Vivaldi. Estas imágenes musicales le recordaban que ella lo había vendido por mucho más que por treinta monedas de plata. Su nuevo rostro esculpido por el mejor bisturí, los músculos hormonados y machacados durante horas en el gimnasio del trullo, su cuerpo bronceado por las lámparas de rayos uva, el tinte negro y las lentillas azules… Se había transformado en el hombre de sus sueños sin hacerle sospechar que en realidad era el tigre que volvía del averno.(Raquel)Una silueta apareció en el sendero. Una silueta familiar. Era ella, Julia, no había cambiado su forma de caminar, si acaso un poco menos estirada, pero aun así demasiado altiva para los tiempos que corrían. La mujer caminó unos pasos, se detuvo, miró en todas direcciones y volvió a caminar. Quizá era la primera vez desde que se conocieron que ella le buscaba a él. Solía ser al revés. Se detuvo de nuevo, esta vez sólo miró en una dirección. Le había visto. Más tarde lamentaría haberse equivocado, pero en ese momento vio miedo en su mirada. (Miguel)
Entonces se dio cuenta de que su rostro se concentraba en la señal acordada, el libro de “La fiesta del chivo” que reposaba en sus piernas. Sonrío abiertamente mientras se levantaba.
—Tú debes ser…—dijeron los dos casi al unísono.
—Yo soy “La gata aburrida”, mi nombre real es Julia —le dijo dándole dos besos y sin dejar de sonreír. ¡Cuántas veces la había visto hacerlo! Odiaba esa sonrisa pero no dejó que se le notara.
—Encantado. Yo soy “Lobo enjaulado”, me llamo Tomás. ¿Quieres que demos un paseo por la alameda o vamos a la terracita que está al principio del parque? (Raquel)
Julia no responde. En cuanto Tomás ha comenzado a hablarle algo le ha resultado familiar. No acaba de descubrir que es. Escruta las facciones del hombre sin comprender y sin poder controlar una de sus piernas que ha comenzado a moverse compulsivamente. Hacía años que no le pasaba. El hombre se ha dado cuenta; sonríe nervioso. El rostro de la mujer se vuelve a relajar y la pierna ralentiza su vaivén. Es ese hueco entre el colmillo y el incisivo cubierto por un diente de oro. “Sabes, tu diente me recuerda a mi padre” ha dicho sin convicción, sospecha que no ha acertado, que no es eso lo que le suena. ¿Qué importa? Intenta espantar la extraña sensación de tensión que su cuerpo emite como una protesta, no va a dejar que nada entorpezca lo que tanto ha luchado por recobrar: La ilusión de volver a enamorarse; de volver a confiar en los hombres hasta el punto de aceptar una cita con un hombre desconocido. Un hombre del que no recuerda su voz a pesar del dolor que le provocó o precisamente por eso. (Miguel)
Julia no pudo evitar que la voz le temblara al hablar.
―Disculpa. ¿Decías? ―Inmediatamente sonrió nerviosa.
―Que si prefieres caminar o que busquemos algún lugar para tomar algo.
―Paseemos un poco, si te parece, creo que vi unas mesas en la entrada.
“Desde luego sigue tan estúpida como siempre”, pensó Tomás.
―Perfecto.―contestó e hizo un gesto con la mano para que marchara ella primero, siempre le había gustado verla desde atrás. Y poniéndose a su altura continuó ―He de confesar que tenía miedo de que fueras un monstruito, por eso de no querer mandarme nunca ninguna foto.
―Quería que me conocieras realmente, por dentro, sin dejarte influir por la apariencia exterior. Tampoco abrí la foto que me enviaste, reconozco que la sorpresa ha sido aún mejor de lo que esperaba―. Ahora Julia hablaba hasta con las manos.
―Me tomaré eso como un halago. Lo cierto es que yo tengo la misma sensación. Julia, es como si te conociera desde siempre. Me costó comprobar que tienes tres dimensiones, que te mueves, que gesticulas, que sonríes…
―Yo tuve un momento de shock, pero ya me he acostumbrado a verte en movimiento y, sobre todo, a tu voz.
―Quizá hubiera sido mejor que hubieras abierto la foto. Salía sin sonreír, sin el destello dorado, quiero decir.
Ella se echó a reír tímidamente.
―A mí no me molesta. Como te dije, mi padre tenía uno y me parecía el hombre más guapo del mundo.
Tomás sintió su estómago revolverse y volvió a acariciar la empuñadura. Estaba deseando cumplir con su objetivo. Aguantarla era una auténtica pesadilla. (Raquel)
Tendría que controlarse, si había esperado veinte largos años para cumplir su venganza, bien podía esperar veinte minutos más. Lo importante ahora era recuperar lo que le pertenecía, asegurarse una vejez tranquila en algún lugar apartado del ruido y la civilización. Lo había estado pensando y lo mejor sería volver por un tiempo al pueblo donde nació y donde nadie debía ya recordarle. Un buen lugar para esconderse.
Caminaba mirando al frente sin prestar atención al discurso interminable que Julia había comenzado. Un impulso le hizo voltear la mirada hacia ella. Se encontró con que ella también le miraba. De nuevo tuvo la sensación de que le había reconocido. Volvió a sonreír esforzándose en enseñar el colmillo dorado. Pero llegó tarde. Lucía había dejado de mirarle para señalar hacia la mesa de acero que brillaba bajo el sol.
―Ya hemos llegado ―.Se puso la palma de la mano en la frente para entornando los ojos mirar al horizonte antes de continuar hablando ―¿Qué mañana más agradable? ¿No crees?
―Sí ―contestó él sin saber muy bien a cual de las dos preguntas respondía.
―Es curioso, nada avecina el invierno y sin embargo mira las golondrinas, parece que tienen prisa.(Miguel)
―No sé que te parecen a ti, pero a mí me recuerdan a los gatos negros, me dan mala espina ―. Por supuesto que sabía perfectamente que este era, exactamente, el efecto que siempre habían producido en ella.
―¿De verdad? Pues a mí me encanta verlas porque me imagino volando con ellas al compás del aire cálido. Viajando incansable por distintos países.
―¿Sueles viajar mucho? ―Preguntó Tomas alarmado, temiendo que Julia hubiera fulminado la fortuna que él consiguió al cometer sus villanías.
―No. Pero espero hacerlo pronto. Estoy… estoy… esperando la persona adecuada para que me acompañe a… recorrer el mundo.
―Bueno… pues yo no podría acompañarte porque no tengo un duro, pero… me esforzaría en ser el mejor compañero de viajes.
―No lo dudo ―dijo Julia entre tímidas carcajadas y Tomás se sorprendió frotándose las manos que rápidamente escondió en los bolsillos del abrigo.
―Espero que me lleves a lugares soleados. No soporto el invierno.
―Mejor que vayamos despacito, ¿no te parece?
―Sí ―volvió a responder Tomás sin saber exactamente lo que contestaba, mientras su mente soñaba con que quizá pudiera vivir junto a ella el resto de sus días, disfrutando de su dinero sin tener que volverse a manchar las manos. ¿Sería alguna vez capaz de perdonarla? ¿Quizá aguantaría su presencia siquiera veinticuatro horas seguidas? (Raquel)
La miró a los ojos y lo que sintió le asustó. Tuvo claro que no podía esperar más. Sería un error demorar más el motivo de la cita. El dinero podría esperar. Acercó la mano a la nuca de la mujer para atraerla. La sonrisa de satisfacción de la mujer se convirtió en una sonrisa nerviosa al notar que la presión de la mano en el cuello aumentaba. Demasiado tarde. El diente de oro brilló adornando la mueca salvaje de Tomás, justo antes de que los labios entraran en contacto. En un impulso inoportuno, su lengua se deslizó en la boca de la mujer a la vez que el filo penetraba en el vientre. El plan A. Julia por fin comprendió y cerró violentamente los dientes. Otra vez tarde, la lengua había huido. El lobo se apartó para mirarla. Lo que le había parecido miedo hacía unos minutos, era en realidad esperanza. Esperanza de recuperar el amor, esperanza de volver a sentirse mujer.
Retiró el cuchillo y la sangre comenzó a empapar la blusa de la mujer y los recuerdos el cerebro de Tomás. (Miguel)
¿Continuará?
2 comentarios:
a pesar de haber sido escrito por dos personas de estilos distintos, el relato tiene una fluidez y homogeneidad de escritores en plena sintonía... ¡enhorabuena! Dominique
Gracias Dominique por la parte que me toca.
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