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La hora de la venganza (Fotografía Víctor Aranda) |
Nos llamarán rencorosos y
revanchistas, pero nosotros les recordaremos las indemnizaciones
draconianas impuestas a los perdedores de las guerras mundiales o,
sin remontarse tanto, los memorandos indignos que acompañan a los
rescates de la UE y que han generado dolor y miseria en el sur de
Europa. La venganza con los derrotados es una tradición europea.
Pero para que llegue esa venganza,
primero tendremos que darle la vuelta a la tortilla para que los
verdugos se conviertan en víctimas y las víctimas en verdugos. Eso
sucederá cuando los turcos, los griegos, los portugueses, los
italianos y los españoles dejemos de estar de rodillas, reaccionemos
y comencemos a plantar cara. Seremos 200 millones de esclavos
dispuestos a emanciparnos y podremos, lentamente, imponernos a ellos,
a todos ellos. Será el momento de exigir compensaciones a los que
nos están oprimiendo y a los que se rindieron en nuestro nombre al
capital. Habrá llegado la hora de que nosotros les recortemos a ellos. La hora de saborear la venganza.
Esa hora tardará en llegar lo mismo
que tardemos en llegar a una situación tan desesperada como la que
vivían los habitantes de Egipto o Túnez antes de la primavera
árabe. Aunque hoy quizá hemos visto el primer indicio de que
nuestra venganza está comenzando, ya que, después de casi 5 años
de titubeos judiciales, Bárcenas -el símbolo de la degradación
democrática y social de España- duerme en prisión. Por fin. Así
que, para ir haciendo tiempo, podríamos ir planeando la parte de esa
venganza que nos va a corresponder.
A los que engendraron, alimentaron y
protegieron la burbuja inmobiliaria les podríamos reservar un juicio
sumarísimo. Aznar, Zapatero -el “socialista” que descubrió que
bajar impuestos era de izquierdas-, Rato, Blesa, Sáez -el
indultado-, Solbes, Pujol, Florentino Pérez, las Koplowitz,
Botín... Podríamos aprovechar el mismo juicio para juzgar a los que
una vez explotada la burbuja inmobiliaria se plegaron a la dictadura
neoliberal y vendieron, malvendieron la educación y la sanidad
pública y abandonaron en la cuneta a los dependientes, a los
ancianos, a los pobres, al tercer mundo, al medioambiente. Entre
ellos estará Rajoy -ese presidente del gobierno que asegura que no
entró en política para enriquecerse pero que mucho me temo que
saldrá de ella enriquecido- Montoro, de Guindos, los despachos de
abogados que redactaron las reformas laborales, Wert, Draghi, Ana Mato y
tantos otros. Les podremos acusar de muchas cosas: traición,
apropiación indebida... pero todas se resumirán en una, genocidio.
A los que, parapetados en ese bunker
llamado TROIKA, han jugado con nosotros al juego de la
zanahoria y el palo, pero sin zanahoria, simplemente dejaremos de
escucharles, despreciaremos sus dólares, sus euros, sus bonos, sus
primas de riesgo y sus planes de viabilidad. Les diremos que mejor
solos que mal acompañados y les enseñaremos nuestros bolsillos
vacíos, pero llenos de pesetas, dracmas, liras, escudos, dignidad,
justicia y libertad.
A nuestros acreedores -esos que nos
prestaron dinero a sabiendas de que íbamos a sufrir mucho para poder
devolvérselo- les confirmaremos que no van a cobrar y les
explicaremos el significado, el significado real, de los efectos
colaterales de sus “planes de cobro”. Para que comprendan que
significa desahucio, recorte sanitario y contención salarial
nada mejor que la experimentación. Desahuciaremos a todos los
jubilados alemanes que tienen propiedades en Mallorca, obligaremos a
devolver todas las válvulas coronarias y prótesis de cadera que la
sanidad pública implantó en esos mismos jubilados y exigiremos, al
gobierno alemán, la devolución de todos los impuestos que los
ingenieros y licenciados españoles expulsados de España han pagado
durante el austericidio constitucional que ellos nos impusieron.
No podremos ir más allá, los
verdaderos culpables -que tienen nombres y apellidos pero que
utilizan el alias “Mercados”- seguirán impunes enriqueciéndose
y empobreciendo a otros como nosotros.
Todo esto, probablemente, es una
ilusión y nunca podremos vengarnos. Incluso muchos dirán que esa
sed de venganza es insana y que hay que saber perdonar. Seguramente
tengan razón y la venganza sea la mirada sucia de la justicia, pero
¿qué es más humano tener sed de venganza o seguir impasibles,
arrodillados, preparando la otra mejilla para recibir una nueva
andanada de austeridad?