lunes, 8 de diciembre de 2025

Sísifos modernos


 Asistí hace unos días a una convocatoria anunciada como reunión, pero que en realidad se parecía más a un sermón, una especie de eucaristía moderna pagana. Esas que el ego de las altas esferas precisa de cuando en cuando para tratar de demostrar una supuesta superioridad sobre sus subordinados. Esas en la que, en este mundo cargado de incertidumbres, la administración pregona que tiene la verdad absoluta: una nueva ley.

Soy profesor desde hace casi 25 años y creía que estaba inmunizado de estos actos de prestidigitación legislativa. Al principio de mi carrera, con la inseguridad del principiante y el síndrome del intruso (ni me formé, ni imaginé acabar en este mundo), seguía los dictados que llegaban a golpe de BOE y de DOGV. En ese tiempo empecé a desarrollar otro síndrome. El síndrome de Sísifo. La Conselleria o el Ministerio de turno pergeñaban una nueva regulación educativa para demostrar que todo lo hecho hasta entonces había sido un error. La nueva legislación era la panacea. La mayoría de los profesores nos repartimos entre dos categorías: los obnubilados o los aborregados. Ambos grupos cumplen la función que la administración espera de ellos: convertirse en Sísifo y empujar las nuevas leyes educativas montaña arriba. Al cabo de unos pocos años, cuando la piedra llega a la cima, el sistema educativo se adapta a esa ley y todo empieza a funcionar. Solo entonces, cuando se avecinan los primeros resultados positivos de ese cambio, todo debe volver a cambiar, la piedra rodará montaña abajo y habrá que subir una nueva piedra, una nueva ley.

En esa eucaristía moderna a la que asistí se presentaba un nuevo marco legislativo, cargado de burocracia. Desde hace demasiado tiempo, a las administraciones educativas solo les preocupa que los cambios se noten en los papeles. Se hace imprescindible la redacción de documentos de títulos indescifrables y con extensiones inversamente proporcionales a su utilidad práctica.

Hace tiempo que he perdido mi aptitud para subir piedras y me las he ido arreglando para escaquearme de esa árdua tarea. En un ejercicio de inconsciencia, lo fío todo a mis conocimientos, a mi experiencia y a mi instinto para tratar de enseñar y guiar a mis alumnos. Pero aquella mañana, de pronto, algo me hizo pensar que quizá debía volver a subir piedras. Fue el instante en que se trató una de las novedades: El desarrollo sostenible pasaba a ser una piedra angular que se debía abordar de un modo preeminente en todos y cada uno de los recovecos de la formación. Me pareció que solo por eso merecía la pena aquella reforma. Volvía a estar obnubilado. Volvía a estar dispuesto a subir aquella ley montaña arriba.

Fue solo por un rato; llegué a casa, puse el noticiario y escuché al flamante president de la Generalitat, responsable máximo de las competencias educativas: «Rechazo el pacto verde europeo porque es una amenaza». La piedra había vuelto a caer ladera abajo, esta vez antes incluso de alcanzar la cima.


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