martes, 17 de agosto de 2021

Afganistan: una muesca más para el Tío Sam


La consternación que se propaga en el primer mundo, por lo acontecido en Afganistán, está totalmente justificada por la evidente regresión, represión y desaparición de derechos y libertades que va a suponer para toda la población afgana y muy especialmente para las mujeres. También alimenta esta consternación el vertiginoso desmoronamiento de la estructura estatal que se ha ido construyendo desde la invasión estadounidense de 2001. Una estructura que va a ser sustituida por la incompetencia de los talibanes para dirigir un país. Esto último no es nada nuevo. El autoproclamado policía global del planeta, ya acudió muchas otras veces a “salvar al mundo” de dictaduras, de comunistas, de terroristas.. .(que normalmente no suponían el peligro que desde el Pentágono se les adjudicaba) para después marcharse dejando todo peor de lo que lo habían encontrado. Acudieron a Vietnam, a Chile, a Libia, a Irak... a intervenir en guerras, a ponerlas en marcha, a implantar dictaduras títeres... Destrozar el país política, física, socialmente o las tres cosas a la vez y después marcharse. La hoja de ruta habitual.

Esta vez el plan parecía diferente. Una coalición internacional llevaba casi veinte años invirtiendo esfuerzos y mucho dinero para generar una estructura de estado sólida y democrática, que debía permitir entre otras muchas cosas formar a toda una generación. Al menos eso es lo que nos han estado vendiendo. Todo eso en tres meses se ha venido abajo. Ayer el presidente Biden, en su rastrera intervención, echó toda la culpa a los afganos del colapso por no haber defendido lo que la magnánima nación americana les había dado. Olvidando que ese pueblo lleva dos décadas de lucha interrumpida contra los talibanes por todo el país. La prepotencia americana había soñado una salida de Afganistan con honores, haciendo coincidir la retirada del último soldado americano con el vigésimo aniversario del 11S. Es sencillo imaginar el discurso de ese día: “Vinimos a salvaros y lo hemos hecho, ahora nos vamos y os dejamos un estado moderno, una democracia consolidada, un ejército potente...” Era como cerrar el círculo. Pero el círculo, ahora tiene forma de patata. De patata caliente. Una más de las que ha ido sembrando por el planeta. La humillación que los talibanes les han infringido debería hacerles reflexionar.

El primer error es darle al enemigo tantas pistas. Con mucho tiempo de antelación los talibanes sabían cuándo se retirarían las tropas internacionales y eso les ha permitido ir preparando su fulgurante ofensiva. Pero eso no es suficiente para justificar la debacle. Una sucesión de gobiernos corruptos, han desviado sistemáticamente fondos, así las ayudas internacionales solo han llegado a las ciudades. Las regiones más remotas y pobres del país han quedado olvidadas, discriminadas. Un campo de cultivo para que los talibanes pudiesen recabar allí apoyo social. Tampoco eso justificaría que un ejército profesional al que las potencias internacionales han formado durante dos décadas, bastante más numeroso (300000 soldados contra 75000), mejor armado (contaba por ejemplo con centenares de aviones y helicópteros de los que los talibanes carecen) se haya rendido. O no estaba tan bien armados, o no estaban tan bien formados, o directamente no cobraban. Aunque tampoco hay que menospreciar lo que tenían enfrente. Enfrente tenían una de las más poderosas armas. El odio. Los combatientes talibanes son el fruto de Guantánamo. Prisioneros vejados por aquel sistema penitenciario infame, que al volver a sus casas, han inculcado ese odio a sus hijos, a sus hermanos… Odio por un lado, corrupción y prepotencia por otro.

No todo está perdido. Hay algo que no va a poder laminar el régimen talibán. La educación recibida. Aunque no haya sido universal, millones de afganos han podido recibir educación y esa es un arma más poderosa que el odio.